viernes, 27 de enero de 2012

Mercantes romanos: veleros puros


Dibujo de un típico mercante romano de siglo I a.C. Sobre la vela mayor aparece una pequeña vela triangular.

Los barcos mercantes construidos por los romanos representaron un gran avance en el diseño de naves propulsadas exclusivamente a vela, un tipo de buques a los que no se había dedicado suficiente atención hasta la fecha. La razón de ello fue puramente económica: los remos ocupaban la mayor parte del espacio que debía destinarse a la carga y, además de costar mucho dinero en sueldos, su presencia obligaba a embarcar muchas provisiones. Las naves mercantes de la época del Imperio se construían con las mejores maderas que se conocían en Roma: encinas de las galias e Hispania, cipreses y cedros del Líbano y pinos de Anatolia y Macedonia. Su diseño se basaba en el modelo griego: presentaban cascos redondeados y de gran calado para facilitar la capacidad de carga. Tenía el forro sólidamente unido al armazón de la quilla, y las cuadernas iban ensambladas con clavos de bronce. Estaban calafateados por dentro y por fuera con las mejores resinas, lino, cera y alquitrán, y se forraban con plomo para combatir los parásitos marinos. Podían llegar a desplazar mas de 1.000 toneladas, aunque la media se situaba entre las 350 y las 450. Solían arbolar dos palos; en el mayor se largaba una vela cuadra y, sobre ella, una pequeña vela triangular, antecesora de la gavia, que se usaba con poco viento. A proa solía situarse un palo trinquete notablemente inclinado en el que se largaba una pequeña vela cuadra denominada dolon. La evolución más significativa fue la del velamen de los denominados "mercantes del trigo de Alejandría". Estas naves se veían obligadas a ceñir aunque fuera sólo algunos pocos grados contra el viento para remontar el noroeste que soplaba en verano cuando viajaban desde Alejandría hacia Roma. Pese a lo poco adecuado de las velas cuadras para ese menester, lo lograban gracias a un calado de más de dos metros que les proporcionaba un plano de antiabatimiento suficiente para conseguir algo de propulsión hacia proa. Por otra parte, los barcos del trigo disponían del supparum, una especie de foque que debía permitirles un ángulo de incidencia más cerrado.
Los romanos desarrollaron con el tiempo un evolucionado sistema de estiba y de carga y descarga en los muelles, que supuso una significativa mejoría de las complicadas tareas y un ahorro de tiempo respecto a los sistemas griegos y fenicios que seguían utilizándose en la época. El rigor administrativo con el que los romanos gestionaban el tráfico marítimo ha permitido disponer de evidencias arqueológicas de gran valor para el estudio de la historia marítima del Imperio. Las ánforas se diseñaban en función de su correcta estiba en las bodegas de los mercantes, de modo que, una vez colocadas, ni el más duro temporal provocaba el desplazamiento de la carga o su deterioro. Este sistema perduró en el Mediterráneo hasta la aparición del tonel en la Alta Edad Media, que cambió radicalmente la logística portuaria y el diseño de las bodegas de los barcos.

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